Recientemente recomendábamos el excelente artículo de Ricard Valls –publicado en la revista Compromiso Empresarial– titulado El futuro de la obra social. Dicho artículo ponía de manifiesto que prácticamente sólo quedan cuatro obras sociales de cajas de ahorro en España en condiciones de seguir actuando como hasta ahora (La Caixa, BBK, Unicaja e Ibercaja). Las demás componen un panorama desolador en el que, si no ha desaparecido más bruscamente su actividad, ha sido en virtud de enajenaciones del patrimonio y disminución de la participación en el capital bancario que prácticamente garantizan que en el futuro su papel será modesto.
Las obras sociales de las Cajas de Ahorro jugaban en nuestro país un papel clave en la financiación de la acción social y la cultura, y se había tejido una alianza fructífera entre ellas y un importante conjunto de entidades no lucrativas muy activas en el terreno de la acción social. Citando a Valls:
"La obra social en colaboración ha sido crítica para el desarrollo de la sociedad civil: el presupuesto de las obras sociales destinado a las organizaciones del tercer sector (496 millones de euros) era casi el doble del famoso 0,7% del IRPF destinado a entidades sociales que en el año 2011 fue de 267 millones de euros."
Este importante presupuesto sostenía en parte proyectos de las entidades del tercer sector y, en otras ocasiones, se canalizaba en proyectos propios desarrollados conjuntamente con estas entidades.
Nos queda La Caixa...
Proyectos como Caixa Pro Infancia, impulsado por Obra Social "La Caixa", del que tenemos conocimiento directo a través de nuestra entidad fundadora, la Coordinadora Infantil y Juvenil de Tiempo Libre de Vallecas.
Se trata de un proyecto que busca mejorar las oportunidades de desarrollo social y educativo de la infancia y sus familias. Un programa que cuenta con el asesoramiento experto de varias universidades y en el que participa un número amplio de entidades del tercer sector. Por cierto, dos aspectos que no suelen coincidir en proyectos promovidos por las administraciones públicas.
Algún proyecto como este se mantendrá en pie, pero no podemos menos que lamentar el paisaje en ruinas que ha dejado tras de sí el proceso vivido por la mayoría de las Cajas de Ahorros. A ojos de profanos en la materia, todo parece indicar que se gestionó mal, alegremente subidos a una burbuja y sin suficiente prudencia.
Si los gestores de las cajas no tenían accionistas a los que rendir cuentas, sí debían haber sentido la responsabilidad que asumían ante la sociedad, ante los ciudadanos. Evitar ciertos sueldos e indemnizaciones que no iban acordes con la calidad de la gestión realizada ni con la situación económica de sus entidades no habría limitado la magnitud del problema, pero el no haberlo hecho es un excelente indicador del grado de sensibilidad con el que se vivieron esas responsabilidades. ¿Buscamos con un candil a alguien que haya renunciado a sus derechos, ya sea como asunción de responsabilidad o como compromiso ético con la continuidad de la entidad?
La situación anterior no volverá. Al menos, no en muchos años. La esperanza se cifra ahora en que entren a participar en este terreno empresas y particulares. Es decir, en la Responsabilidad Social de las empresas y en las donaciones y microdonativos de los ciudadanos. Estaría bien corregir la desventaja de nuestro país, en comparación con los de su entorno, en lo que se refiere a financiación privada de la acción social y cultural. Pero, a la vista de las cifras citadas por Ricard Valls, el reto de sustituir la aportación de las Cajas es enorme. Armémonos de ánimo...