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De la planificación mágica a la planificación orgánica

 
¿Billar europeo o americano? Nuestra realidad seguramente se parece más a un billar repleto de bolas interactuando y con múltiples huecos en los que caer. Es importante, al planificar, tener en cuenta que pueden irrumpir "bolas" donde no esperábamos y no perder la visión de conjunto ante la complejidad del tablero de juego. Antonio Rivas, de Redinamo, reflexiona en este artículo sobre la planificación estratégica en las entidades no lucrativas.

Planificación orgánicaSeguro que muchos podemos evocar la imagen de la danza de la lluvia. En algunas culturas, ante la sequía, los viejos del lugar liderados por el chamán, invocan a la lluvia, realizan sacrificios y confían en que sus plegarias sean escuchadas. Luego si llueve, es que todo ha ido bien, si no llueve, quizá haya que ir cambiando de chamán.

Algunas entidades hacen de su plan estratégico una suerte de danza de la lluvia. Se reunen los altos directivos, en ocasiones es una fecha señalada en rojo en la agenda, a veces hasta se retiran a algún lugar apartado, un hotel en los buenos tiempos, una residencia ahora que no tanto. Luego se sientan a esperar a ver si mágicamente, la planificación se cumple y se alcanzan los resultados esperados. Si no, quizá sea tiempo de ir cambiando de coordinador general.

Efectivamente el pensamiento mágico está aún profundamente implantado en el mundo de la planificación, como si el mero hecho de elaborar un papel y llamarlo “plan estratégico” surtiera los efectos en él recogidos. Hay mucho más que añadir si queremos ir avanzando de un pensamiento mágico a una forma más realista de cómo conseguir cosas en nuestra entidad.

Ya no es inusual encontrar entidades que han avanzado hacia la planificación estratégica. Al proceso de pensar, más o menos ritualizado, se añade el proceso de seguirle la pista a lo pensado. Esto puede parecer una obviedad, pero requiere todo un nivel de estructura: quién, cómo, cuando, con qué efectos y comprobando qué cosas, que, en comparación con el pensamiento mágico, es un avance de categoría científica.

Lamentablemente, algunas entidades fallan en el nivel de estructura del seguimiento, se planificó la acción pero no cómo seguirle la pista a la acción. Aún así, las que lo consiguen, pueden llegar a encontrar a la planificación una utilidad muy limitada por dos motivos fundamentalmente: la lógica y el ámbito de la planificación.

La limitación lógica, implica generalmente que se sigue un patrón de causa–efecto. Parte de la idea de mesa de billar: si golpeamos aquí y de este modo, la bola girará y llegará hasta allá y de aquel modo. A esto se le añade un pensamiento muy lineal, generalmente en el billar, sólo una bola, la blanca, golpea a otra bola, de color, que genera movimiento en la mesa, predecible hasta cierto nivel.

La planificación sólo de tipo causa–efecto y cierta idea de “secuencia” de sucesos simplemente no se ajusta a cómo opera la realidad de la entidad. Hay un entorno en el que hay muchísimas relaciones causales, que operan simultáneamente y de las que no siempre se puede estar seguro que tengan nada que ver con lo que hacemos o dejamos de hacer. Hay muchísimos ingredientes inesperados, carambolas (por seguir en la metáfora) bolas que son tragadas por la tronera, otros jugadores que simultáneamentes operan sobre nuestra partida etc., etc.

Una planificación de este tipo puede tener cierto efecto calmante en la ansiedad del equipo directivo, darles la sensación de que operan y “hacen algo”. Esto es así, en el sentido de que “algo” se hace, pero al tiempo, esta falsa sensación de control puede que les deje desprevenidos para múltiples y caóticos eventos que nos encontraremos a lo largo de la partida, o con una interpretación muy limitada de ellos.

La segunda limitación de la planificación estratégica “clásica” es la muy limitada idea del tipo de cosas que queremos comprobar a lo largo de su despliegue, básicamente el “ejecutar”. Cuando abordamos ya la realidad, descubrimos que la “ejecución” es algo que hay que repensar constantemente. Como bien se dice, ningún plan de batalla soporta el encuentro con el enemigo.

Junto al “ejecutar” hace falta “gestionar” la cantidad de nuevos eventos impredecibles que ocurren (bajas de personal, situaciones de tesorería o de presupuesto, disponibilidad o indisponibilidad de recursos físicos, las propias competencias de los equipos, su disponibilidad y ánimo, cambios políticos o de políticas, de contexto social etc., etc.) Es importante mantener muy abierta la capacidad de incorporar lo “impredecible”. Toda esta permanente actualización de la realidad necesitará volver a retomar un sentido de dirección que no haga que “los árboles no nos dejen ver el bosque”. Al tiempo, resulta necesario un sentido de super-visión que nos haga conscientes de nuestro proceso en su globalidad, del sentido último de este, para no perdernos en el detalle operativo y salvar los cuellos de botella.

Unidos estos dos elementos, una visión multicausal y no mono-causal y una estructura que incluye ejecución, gestión, dirección y supervisión de manera dinámica, nos vamos aproximando a la idea de planificación orgánica.

La idea de planificación orgánica toma su modelo del desarrollo de cualquier organismo vivo. Ningún bebe crece primero alargando las piernas y luego, cuando estas están plenamente desarrolladas, se pone a invertir en hacer crecer los brazos. Ningún pez crece primero desarrollando las aletas y deja para más adelante la espina dorsal. Ningún árbol desarrolla primero las ramas y deja para luego las raices. Los brazos crecen al mismo ritmo que las piernas, las aletas que la espina dorsal, las raíces que las ramas.

Hay una idea de multidirección en el desarrollo, que abre múltiples frentes de forma global, no secuenciada, de adaptabilidad al entorno, de acompasamiento y al tiempo simultaneidad de varios procesos. Hay una lectura permanente del entorno, de las condiciones generales. En invierno se hiberna, y en primavera se florece. Nadie se traumatiza por ello. No es algo caótico, es estacional.

Junto a ello se articula una estructura que supera la mera inversión en ejecutivos y que abre el abanico a sobre qué es importante hacer seguimiento y medir: junto a la ejecución, la gestión de todo lo previsible y la capacidad de inclusión de lo imprevisible, la capacidad de re-direccionar y actualizar la comprensión de lo que pasa y como pasa. Finalmente añadir la visión global que nos haga terminar el camino con fidelidad a nuestros valores y no habiendo perdido el sentido en alguna confusa toma de decisiones.

Quizá desde estas nuevas estrategias consigamos pasar este frio polar que ahora sopla.

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Nuestro terreno es el largo plazo

Largo plazoEn un post reciente en el blog de Harvard Business Review (How To Make Companies Think Long-Term; está en inglés, lógicamente), Roger Martin describe procesos que llevan a las empresas a primar el corto plazo sobre el largo plazo (por ejemplo, la estructura de remuneraciones a los directivos) y propone una fórmula para evitarlo. Básicamente, consiste en restar influencia a quienes invierten con previsión de vender enseguida su participación y dar mayor peso a los inversores de perfil no especulativo.

Será más o menos eficaz como remedio al problema que plantea y más o menos difícil de implementar en la práctica. A nosotros, en otro orden de cosas, nos provoca algunas reflexiones sobre el tercer sector:

Nuestro terreno es el largo plazo. Lo habitual es que conseguir logros en el corto plazo carezca de mayor sentido para una entidad no lucrativa si el proyecto no es sostenible en el tiempo, porque normalmente tenemos fines más ambiciosos que eso.

Nuestra financiación a menudo no recoge esto: es cierto que las fundaciones tienen un "socio" del más largo plazo (el fundador, si hablamos de una dotación no reintegrable). También las asociaciones tienen unos "accionistas" a largo plazo, los socios, que aportan a fondo perdido y, en principio, están ahí para quedarse.

Sin embargo, el resto de la financiación no necesariamente responde a ese horizonte. Aunque las subvenciones públicas, en muchos casos, han tendido a manifestar una estabilidad en el tiempo (posiblemente por las consecuencias sociales de retirar subvenciones a proyectos que funcionan), las cuentas públicas en España en los últimos años han sido las que han introducido un componente de inseguridad e incertidumbre muy grande.

Las administraciones públicas no habían previsto –ni lejanamente, por lo que parece– el escenario en que nos vemos actualmente. Hay subvenciones que han desaparecido, otras se han visto recortadas seriamente aun cuando las necesidades que pretendían paliar crecían de forma espectacular. En algunos casos, se desconocía durante meses qué iba a suceder con ciertas subvenciones.

Hay que recordar que las subvenciones destinadas a acción social son inversiones (en estabilidad social, en educación, en salud preventiva, en política activa de empleo, en prevención de la exclusión social). En muchos casos, se traducen en una reducción de gasto social y, especialmente, con impacto en el medio y largo plazo. Pensemos en el efecto de la integración de personas inmigrantes, cuando se ha favorecido la normalización de su situación legal, el aprendizaje del idioma, la capacitación laboral, la búsqueda de empleo y el acceso a una vivienda digna. ¿Qué coste tiene que no se dé cada uno de estos pasos? ¿O qué coste tiene anualmente cada plaza de internamiento en un centro de reforma de menores, en comparación con los costes de una intervención educativa que prevenga el delito?

La encrucijada del sector es tratar de trabajar en el largo plazo con financiadores que trabajan con un horizonte anual y que han manifestado ser poco fiables (hemos visto contratos prorrogados oficialmente por un año y que han desaparecido antes de iniciarse la prórroga. Desconocemos cuánto de esto y otras prácticas –simplemente, no pagar– puede haber por ahí). No podemos quedarnos tranquilos cuando se clasifica la inversión en contratos, convenios y subvenciones del ámbito de la acción social como gasto prescindible. No podemos vivir en el corto plazo. Va contra los genes de nuestras entidades.

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