Antonio Rivas es socio fundador de Redinamo y colabora con la Fundación Gestión y Participación Social en algunos de nuestros cursos.

Presenciamos un agotamiento del modelo de ONG “clásica”, la que ha venido operando en España desde los años 90. La desconexión que está haciendo la administración pública, en todos sus niveles, del compromiso de colaboración con las entidades, está llevando a la pérdida de servicios y a la desaparición de tejido social. Se acabó la era dorada de las subvenciones.

Parece mentira, pero las ONGs existían antes de las subvenciones. Eran entidades más capilares, probablemente con mucha menos capacidad de intervención técnica, pero mucho más conscientes de sus reivindicaciones y de los derechos que promovían. Era la época de la militancia. Con la llegada del dinero público avanzamos en lo profesional, en lo técnico, en la gestión, y perdimos la capacidad de movilización, de militancia, de mensaje.

Ahora que el “socio” administrativo se ha desapuntado y deja a la ciudadanía en la estacada, las asociaciones descubren que su capacidad de movilizar, de levantar la voz y de hacer frente en la calle o a través de canales de participación social es prácticamente insignificante. Dejamos que las estrategias de sensibilización y comunicación fueran instrumentales en vez de esenciales, nos centramos mucho en la rendición de cuentas y en la captación de donantes, poco en la generación de base social. Hemos construido un actor con pies de barro, y la constante riada amenaza con llevarnos por delante.

No podemos volver atrás. Pretender volver al modelo de ONG guerrillera y de barrio simplemente no es contemporáneo, pero tenemos mucho que aprender de aquella época y desaprender de ésta que se está cerrando.

Debemos volver a recuperar el sentido de los derechos por los que luchamos, volver a conectar con cierta capacidad de escándalo, debemos volver a construir sujetos sociales conscientes y reales (no solo virtuales) debemos dejar tanta “sensibilización” y evolucionar hacia la vivencia y la participación.

Hay que re-formular los mensajes. Los viejos dilemas y categorías son cada vez más inadecuados, no hay “aquí” y “allí”, “norte y sur”, “inmigrantes y nacionales” hay una realidad de mercantilización absoluta que sencillamente erosiona el concepto de ciudadanía global y de derechos humanos.

Debemos no dejarnos subyugar por el mito de la “profesionalización”. No era la prestación de servicios la esencia de nuestra tarea, sino la promoción de derechos. Debemos volver a inventar los cauces de comunicación y de construcción de comunidades capaces de aguantar proyectos de forma comprometida.

Debemos olvidarnos de cierto modelo de voluntariado que no ha fortalecido más que el consumo de experiencias, debemos olvidarnos de la financiación como si fueramos funcionarios encubiertos, debemos olvidarnos de tanto enfoque de marco lógico y volver a explorar enfoques sociales y de participación comunitaria.

La era digital no nos puede pillar en el lado malo de la brecha, necesitamos volver a la creatividad para recuperar una nueva forma de militancia. Hay formas modernas de participar, las redes sociales nos dan una enorme pista, las cooperativas de consumidores, las redes de solidaridad, nuevas iniciativas políticas. Hay que salir ya del mensaje de desesperanza que inmoviliza y atenaza.

Tenemos que instalar mensajes de positividad, de esperanza, dar cuenta de lo que sí se puede, generar un clima social que simplemente rechace la corrupción y el clientelismo formará parte de las nuevas estrategias de “sensibilización”. Frente a la cultura del miedo y el mensaje de que lo que “viene” es “inevitable”, está muy en nuestras manos volver a construir una arquitectura que dé otras posibilidades y ahí volveremos a encontrar sentido y estrategia para nuestra tarea como ONGs.

Nunca hubo tantos derechos nuevos que conquistar y tantos antiguos que mantener. Seremos las ONGs (asociaciones, fundaciones, cooperativas) las que podrían articular formas de hacerlo o simplemente ocuparemos cada vez más un lugar social irrelevante.